Historias

CV Galeria, Santiago de Chile

La Mancha como un juego de ambivalencias en los trabajos recientes de María José Benvenuto por Carlos Navarrete.

Siempre me han impresionado las cualidades plásticas del arte indio americano. Los indios tienen la visión pictórica auténtica por su capacidad para captar las imágenes adecuadas y para comprender lo que constituye pictóricamente su material temático.
— Jackson Pollock

Distinguir una pintura de María José Benvenuto, es en cierto sentido iniciar un viaje por el color en un estado primario de pureza y al mismo tiempo, peregrinar visualmente por un juego de ambivalencias en donde a los binomios, opaco/transparente, etéreo/densificado, debemos enfrentar la furia del gesto contenido en sus grandes lienzos, los que al unísono claman por nuestra atención como en una sinfonía coral, en donde cada gesto es la nota musical de una melodía desconocida para nuestra audición.

Gran parte de su producción del periodo 2017-2018, se ha concentrado en el estudio de la mancha, como tema para una obra de corte abstracto y expresionista, donde la acuosidad de algunas de ellas reflejan el espíritu joven de su pintura, modo de crear fascinado por las variaciones en torno a la corporeidad que puede tener el gesto de su brazo al derramar color sobre una superficie y luego ver que sucede.

A ese respecto, la expansión de la mancha como forma de hacer pintura retiene una serie de secretos, algunos de los cuales la mirada del espectador puede develar, para luego dejarse sorprender porque precisamente en ese comprender hay un dejo de asombro al comprobar que lo que dábamos por cierto en verdad no es así.

Por ejemplo, en algunos cuadros la mancha en diversas intensidades de negro, se deja ver por un sutil juego de transparencias y superposiciones, lo que hace meditar en que la artista sucesivamente ha derramado ese valor de la luz, para lograr tal efecto. Sin embargo, al escudriñar con detención descubrimos que en verdad se trata de un juego de solventes, en donde lo uno absorbe a lo otro o viceversa. Tal proceder recuerda las pinturas abstractas del norteamericano Morris Louis (1912 - 1962), “quien derrama su pintura sin apresto y sin imprimación en una tela gruesa de algodón, dejando el pigmento bastante diluido, prácticamente, en todas partes, sin importarle como se superponen en ella muchos velos diferentes”. (1) 

Ya que en ese ir y venir de ir viendo como el cromatismo se comporta sobre el lienzo, la  artista pacientemente ha venido estudiando las infinitas formas para dotar a la mancha de más o menos luminosidad, según lo que su intuición le indique. O bien, cuanto diluyente habrá que agregar a la pintura al esmalte para que esta se comporte como un transparente acuarelado sobre la tela. Porque a fin de cuentas el trabajo diario en la pintura de María José Benvenuto, no es otra cosa que el constante experimentar con materias, solventes, soportes y formatos, a fin de construir un cuerpo de obra en donde la pintura refleje la vitalidad del gesto como santo y seña de los movimientos de su cuerpo invertidos en tal accionar.

Tal carácter de su pintura, me lleva a imaginar la faena diaria de su arte, como una ceremonia secreta y profunda, en donde la pintura se convierte en un rito, lo que podría entenderse como una danza en torno al gesto. Algo que como bien se ha visto, el pintor norteamericano Paul Jackson Pollock (1912 - 1956),  llevó al éxtasis visual con sus famosos drippings o chorreados a mediados del siglo pasado.

Sin embargo, la artista no conforme con esta búsqueda paciente y silenciosa, indaga en paralelo en otros formatos y series de obras, donde la mácula  libre y aparentemente espontánea, se alterna con elementos encontrados o más bien, pequeños personajes salidos de los modelos arquitectónicos y del mundo de los trenes de colección. En esta serie, su foco de atención ha sido puesto en como lograr el máximo rendimiento de las aguadas en virtud de que ellas alberguen a estos personajes diminutos en un interesante juego de cavilaciones entre lo puramente poético a lo francamente espontáneo.

Lo anterior se debe a que en la mesura de su mirada, la artista se da el tiempo para disparar visualmente al espectador una pregunta, la que en forma de acertijo visual, descarga emociones y sentimientos. Por ejemplo, en un trabajo sobre papel, de formato mediano, ella ha depositado una mancha en tonos grisáceos, los que se tensionan al pegar una diminuta figura femenina en estado de contemplación hacia nosotros. En otras pinturas sobre tela y de formato monumental, ella ha jugado pacientemente con la aglomeración de cientos de personas, los que parecieran rodear y cercar las acuosidades pictóricas que hacen de fondo y gesto en la obra. Aquí resulta natural comparar sus realizaciones con los trabajos de la artista argentina residente en Nueva York, Liliana Porter y con el pintor chileno Nemesio Antúnez (1918 - 1993), quien dedicó largos años de trabajo a configurar su serie dedicada a las multitudes.

En otras palabras, inserta una historia dentro de otra, o como ya hace algunos años atrás el pintor Francisco Zegers, realizó una serie de lienzos los que en cierto sentido eran un puzzle visual por la heterogeneidad de las procedencias visuales, lo que hacía en la mirada del observador que, “para describir esa otra obra, o para pensarla, no solo hay que apreciar los rasgos propios de cada pintura que incluye, sino que sobre todo entrar en el espacio tensionado entre ellas, irse preguntando que le hace una a la otra, que es lo que aparece cuando está en conjunción”. (2) 

Asunto que trasladado al proceder de la artista, se deba prestar una atención particular a como esos seres que habitan su pintura nos interpelan y de paso, que hacen entre ellos en la superficie del cuadro. Tal condición de esta serie de obras, obliga al espectador a fijar la mirada en los detalles, pero al mismo tiempo, se vuelve un sugerente juego de técnicas venidas de la tradición de las bellas artes como de los oficios menores. Hecho este último, permite entrever un diálogo entre oficios aparentemente distantes, los que instalados en un mismo soporte no dejan de provocar asombro e intriga por la cantidad de información que este diálogo contiene.

Al recorrer con la distancia del espectador cauto y atento, los gestos pictóricos de María José Benvenuto no deja de abandonar nuestra memoria, ello se debe a ese sentido lúdico de su forma de comprender el oficio de la pintura, pero también a una necesidad imperiosa por ir dotando a sus realizaciones de momentos o tiempos visuales, en donde la mirada del espectador pueda alojar sus propias esperanzas y deseos frente a lo que ve.

Este dato no menor, permite imaginar un cuerpo de obra en donde la voluptuosidad creativa se vuelve la clave para ir escudriñando en sus realizaciones. Algunas de ellas centradas en el trabajo con el gesto y la mancha, otras, en donde a esas expresiones la convivencia de estos seres diminutos las vuelven pequeños relatos de historias ajenas para nuestra mirada, pero íntimas para su instinto creativo. 

Carlos Navarrete

Santiago de Chile, junio de 2018

Notas :

 1.- Michael Fried, ”Morris Louis“ en Arte y Objetualidad. Visor Editores. serie La Balsa de la Medusa. Madrid. 1998. p.140

 2.- Adriana Valdés, ”Sumas y Contradicciones“ en Francisco Zegers. Brisa de la Mañana. Catálogo con motivo de la muestra, Siete Pinturas en el Taller de Trabajo. Santiago de Chile, abril de 2003. p.13

Maria Jose Benvenuto